Romance de la loba parda
Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada,
las cabrillas altas iban y la luna rebajada;
mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.
Vide venir siete lobos por una oscura cañada.
Venían echando suertes cuál entrará a la majada;
le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos como punta de navaja.
Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada;
a la otra vuelta que dio, sacó la borrega blanca
hija de la oveja churra, nieta de la orejisana,
la que tenían mis amos para el domingo de Pascua.
—¡Aquí, mis siete cachorros, aquí, perra trujillana,
aquí, perro el de los hierros, a correr la loba parda!
Si me cobráis la borrega, cenaréis leche y hogaza;
y si no me la cobráis, cenaréis de mi cayada.
Los perros tras de la loba las uñas se esmigajaban;
siete leguas la corrieron por unas sierras muy agrias.
Al subir un cotarrito la loba ya va cansada:
—Tomad, perros, la borrega, sana y buena como estaba.
—No queremos la borrega, de tu boca alobadada
que queremos tu pelleja pa' el pastor una zamarra;
el rabo para correas, para atacarse las bragas;
de la cabeza un zurrón, para meter las cucharas;
las tripas para vihuelas, para que bailen las damas.
Romance de Gerineldo
Levantóse Gerineldo
que al rey dejara dormido,
fuese para la infanta
donde estaba en el castillo.
-Abráisme, dijo, señora,
abráisme, cuerpo garrido.
-¿Quién sois vos, el caballero,
que llamáis a mi postigo?
-Gerineldo soy, señora,
Vuestro tan querido amigo.
Tomárala por la mano,
en un lecho la ha metido,
y besando y abrazando
Gerineldo se ha dormido.
Recordado había el rey
de un sueño despavorido;
tres veces lo había llamado,
ninguna le ha respondido.
-Gerineldo, Gerineldo,
mi camarero pulido,
si me andas en traición,
trátasme como a enemigo.
O dormías con la infanta
o me has vendido el castillo.
Tomó la espada en la mano,
en gran saña va encendido,
fuérase para la cama
donde a Gerineldo vido.
Él quisiéralo matar,
mas criole de chiquito.
Sacara luego la espada,
entre entrambos la ha metido,
porque desque recordase
viese cómo era sentido.
Recordado había la infanta
y la espada ha conocido.
-Recordaos, Gerineldo,
que ya érades sentido,
que la espada de mi padre
yo me la he bien conocido.
Romance de la infanta parida
Parida estaba la infanta,
la infanta parida estaba;
para cumplir con el rey
decía que estaba mala.
Envió a llamar al conde
que viniese a la su sala;
el conde siendo llamado
no tardó la su llegada.
-¿Qué me queredes, mi vida?
¿Qué me queredes, mi alma?
-Que toméis esta criatura
y la deis a criar a un ama.
Ya la tomaba el buen conde
en los cantos de su capa,
mas de la sala saliendo
con el buen rey encontrara.
-¿Qué lleváis, el buen conde,
en cantos de vuestra capa?
-Unas almendras, señor,
que son para una preñada.
-Dédesme de ellas, el conde,
para mi hija la infanta.
-Perdónedes vos, el rey,
porque las traigo contadas.
Ellos en aquesto estando,
la criatura lloraba.
-Traidor me sois vos, el conde,
traidor me sois en mi casa.
-Yo no soy traidor, el rey,
ni en mi linaje se halla:
hermanos y primos tengo
los mejores de Granada.
Revolvió el manto al brazo
y arrancó de la su espada,
el conde, por la criatura,
retiróse por la sala.
El rey decía: -¡Prendedlo!;
mas nadie prenderlo osaba.
La infanta, que luego oyera
rencilla tan grande e brava,
a una de las damas suyas
lo que era preguntaba.
-Es que el rey, señora, al conde
de traidor lo difamaba
porque en la su falda un niño
del palacio lo sacaba,
creyendo que a vos, señora,
el conde vos deshonrara.
Sale la infanta de prisa
adonde su padre estaba,
y la espada de la mano
de presto se la quitara,
diciendo: -Oídme, señor,
una cosa que os contara.
El rey, que la quería bien,
que dijese le mandaba.
-Mía es la criatura
que el conde, señor, llevaba,
y el conde es mi marido,
yo por tal lo publicaba.
El rey, que aquello oyera,
triste y espantado estaba:
por un cabo quería vengarse,
y por otro non osaba;
al fin al mejor consejo
como cuerdo se allegaba:
con voz alta y amorosa
dijo que les perdonaba.
Mándales tomar las manos
a un cardenal que allí estaba,
y hacer bodas suntuosas
de que todo el mundo holgaba,
y así el pesar pasado
con gran gozo se tornaba.
La mañana de San Juan...
La mañana de San Juan
al tiempo que alboreaba,
gran fiesta hacen los moros
por la Vega de Granada.
Revolviendo sus caballos
y jugando de las lanzas,
ricos pendones en ellas
broslados por sus amadas,
ricas marlotas vestidas
tejidas de oro y grana.
El moro que amores tiene
señales de ello mostraba,
y el que no tenía amores
allí no escaramuzaba.
Las damas moras los miran
de las torres del Alhambra,
también se los mira el rey
de dentro de la Alcazaba.
Dando voces vino un moro
con la cara ensangrentada:
-Con tu licencia, el rey,
te daré una nueva mala:
el infante don Fernando
tiene a Antequera ganada;
muchos moros deja muertos,
yo soy quien mejor librara;
siete lanzadas yo traigo,
el cuerpo todo me pasan;
los que conmigo escaparon
en Archidona quedaban.
Con la tal nueva el rey
la cara se le demudaba;
manda juntar sus trompetas
que toquen todas el arma,
manda juntar a los suyos,
hace muy gran cabalgada,
y a las puertas de Alcalá,
que la real se llamaba,
los cristianos y los moros
una escaramuza traban.
Los cristianos eran muchos,
mas llevaban orden mala;
los moros, que son de guerra,
dádoles han mala carga,
de ellos matan, de ellos prenden,
de ellos toman en celada.
Con la victoria, los moros
van la vuelta de Granada;
a grandes voces decían:
-¡La victoria ya es cobrada!
Romance de la infantina
A cazar va el caballero,
a cazar como solía,
los perros lleva cansados,
el halcón perdido había;
arrimárase a un roble,
alto es a maravilla,
en una rama más alta,
vido estar una infantina,
cabellos de su cabeza
todo el roble cubrían.
-Note espantes, caballero,
ni tengas tamaña grima.
Fija soy yo del buen rey
y de la reina de Castilla,
siete fadas me fadaron
en brazos de una ama mía,
que andase los siete años
sola en esta montiña.
Hoy se cumplían los siete años,
o mañana en aquel día;
por Dios te ruego, caballero,
llévesme en tu compañía,
si quisieres, por mujer,
si no, sea por amiga.
-Esperáisme vos, señora,
hasta mañana, aquel día,
iré yo tomar consejo
de una madre que tenía.
La niña le respondiera
y estas palabras decía:
-¡Oh, mal haya el caballero
que sola deja la niña!
Él se va a tomar consejo,
y ella queda en la montiña.
Aconsejóle su madre
que la tomase por amiga.
Cuando volvió el caballero
no la hallara en la montiña:
vídola que la llevaban
con muy gran caballería.
El caballero, desque la vido,
en el suelo se caía;
desque en sí hubo tornado,
estas palabras decía:
-Caballero que tal pierde,
muy grande pena merecía:
yo mismo seré el alcalde,
yo me seré la justicia:
que me corten pies y manos
y me arrastren por la villa.
Romance de la buena hija
Paseábase el buen conde
todo lleno de pesar,
cuentas negras en sus manos
do suele siempre rezar,
palabras tristes diciendo,
palabras para llorar:
-Véoos, hija, crecida,
y en edad para casar;
el mayor dolor que siento
es no tener que os dar.
-Calledes, padre, calledes,
no debéis tener pesar,
que quien buena hija tiene
rico se debe llamar,
y el que mala la tenía
viva la puede enterrar,
pues amengua su linaje
que no debiera amenguar,
y yo, si no me casare,
en religión puedo entrar.
