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Ciberbares
Los Romances, eran la expresión de las canciones populares. La transmisión durante la Edad Media, era puramente popular, formando lo que hoy denominamos Romancero Viejo.
Autores como: Lope de Vega, Góngora o Quevedo, Encina, García Lorca o Alberti, recopilaron y escribieron romances que hoy son considerados como el Romancero Nuevo.
En esta página, encontrara: Romance de Fontefrida, El conde Arnaldos, Romance del Conde Olinos, La derrota de don Rodrigo, Romance del cautivo, Romance de la loba parda, La mañana de San Juan...,Romance de Gerineldo, Romance de la infantina, Romance de la infanta parida, Romance de la buena hija

Cetreria Los romances, son poemas recogidos de la tradición oral, que se interpretan declamando, cantando o intercalando canto y declamación
Suelen adoptar la forma de poemas narrativos y están escritos en lenguaje popular. El tema varia, según la región y la problemática asociada, así los encontramos, que recogen la leyenda de algún héroe, la problemática con los moriscos, las desventuras de los enamorados...
Podemos considerar como Romances Viejos los anteriores al Siglo XVI, posteriormente autores como: Lope de Vega, Góngora o Quevedo escribieron romances al modo antiguo, formando lo que hoy consideramos el Romancero nuevo, ampliado por poetas de la Generación del 27, tales como: García Lorca o Alberti, entre otros.

Lanzarote
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,
que dueñas cuidaban de él,
doncellas, de su rocino.
Esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino.
La linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo,
y, estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,
la reina toda turbada
un pleito ha conmovido:
-Lanzarote, Lanzarote,
si antes hubieras venido
no hablara el orgulloso
las palabras que había dicho:
que a pesar de vos, señor,
se acostaría conmigo.
Ya se arma Lanzarote,
de gran pesar conmovido;
despídese de su amiga,
pregunta por su camino.
Topó con el orgulloso
debajo de un vede pino;
combátanse de las lanzas,
a las hachas han venido;
ya desmaya el orgulloso,
ya cae en tierra tendido;
le cortara la cabeza
sin hacer ningún partido.
Vuélvese para su amiga,
donde fue bien recibido.
El enamorado y la muerte
Yo me estaba reposando
anoche como solía;
soñaba con mis amores
que en mis brazos se dormían.
Vi entrar señora tan blanca,
Muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?;
¿por dónde has entrado, vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante;
la muerte, que Dios te envía.
-¡Oh muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
-Un día no puedo darte,
una hora tienes de vida.
Muy deprisa se levanta,
Más deprisa se vestía,
ya se va para la calle
en donde su amor vivía.
-Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña.
-¿La puerta cómo he de abrirte
si la hora no es convenida?
Mi padre no fue a palacio,
mi madre está ya dormida.
-Si no me abres esta noche
ya nunca más me abrirás:
la muerte me anda buscando;
¡junto a ti, vida sería!
-Vete bajo la ventana,
donde bordaba y cosía;
te echaré cordón de seda
para que subas arriba;
si la seda no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe.
La muerte que allí venía:
-Vamos, el enamorado;
la hora ya está cumplida.

Romance de Antequera
De Antequera partió el moro
tres horas antes del día,
con cartas en la su mano
en que socorro pedía.
Escritas iban con sangre,
más no por falta de tinta.
El moro que las llevaba
ciento y veinte años había,
la barba tenía blanca,
la calva le relucía;
toca llevaba tocada,
muy grande precio valía.
La mora que la labrara
por su amiga la tenía;
alhaleme en su cabeza
con borlas de seda fina;
caballero en una yegua,
que caballo no quería.
Solo con un pajecico
que le tenga compañía,
no por falta de escuderos,
que en su casa hartos había.
Siete celadas le ponen
de mucha caballería,
mas la yegua era ligera,
de entre todos se salía;
por los campos de Archidona
a grandes voces decía:
-¡Oh buen rey, si tú supieses
mi triste mensajería,
mesarías tus cabellos
y la tu barba vellida!
El rey, que venir lo vido,
a recebirlo salía
con trescientos de caballo,
la flor de la morería.
-Bien seas venido, el moro,
buena sea tu venida.
-Alá te mantenga, el rey,
con toda tu compañía.
-Dime, ¿qué nuevas me traes
de Antequera, esa mi villa
-Yo te las diré, buen rey,
si tú me otorgas la vida.
-La vida te es otorgada,
si traición en ti no había.
-¡Nunca Alá lo permitiese
hacer tan gran villanía!,
mas sepa tu real alteza
lo que ya saber debría,
que esa villa de Antequera
en grande aprieto se vía,
que el infante don Fernando
cercada te la tenía.
Fuertemente la combate
sin cesar noche ni día;
manjar que tus moros comen,
cueros de vaca cocida.
Buen rey, si no la socorres,
muy presto se perdería.
El rey, cuando aquesto oyera,
de pesar se amortecía;
haciendo gran sentimiento,
muchas lágrimas vertía;
rasgaba sus vestiduras,
con gran dolor que tenía,
ninguno le consolaba,
porque no lo permitía;
mas después, en sí tornando,
a grandes voces decía:
-Tóquense mi añafiles,
trompetas de plata fina;
júntense mis caballeros
cuantos en mi reino había,
vayan con mis dos hermanos
a Archidona, esa mi villa,
en socorro de Antequera,
llave de mi señoría.
Y ansí, con este mandado
se junto gran morería;
ochenta mil peones fueron
el socorro que venía,
con cinco mil de caballo,
los mejores que tenía.
Ansí en la Boca del Asna
este real sentado había
a la vista del infante,
el cual ya se apercebía,
confiando en la gran victoria
que de ellos Dios le daría,
sus gentes bien ordenadas;
de San Juan era aquel día
cuando se dió la batalla
de los nuestros tan herida,
que por ciento y veinte muertos
quince mil moros había.
Después de aquesta batalla
fue la villa combatida
con lombardas y pertrechos
y con una gran bastida
conque le ganan las torres
de donde era defendida.
Después dieron el castillo
los moros a pleitesía,
que libres con sus haciendas
el infante los pornía
en la villa de Archidona,
lo cual todo se cumplía;
y ansí se ganó Antequera
a loor de Santa María.
La misa del Amor
Mañanita de San Juan, mañanita de primor,
cuando damas y galanes van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora, entre todas la mejor;
viste saya sobre saya, mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca, un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia, y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro, en el credo se perdió;
el abad que dice misa, ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan, no aciertan responder, non,
por decir amén, amén, decían amor, amor.
Bernal Francés
Sola estoy en mi casa
namorando mi cojín;
¿quién será ese caballero
que a mi puerta dice "Abrid"?
- Soy Bernal Francés, señora,
el que te suele servir
por la noche en la cama,
por el día en el jardín.
Alzó sábanas de holanda,
cubrióse de un mantellín;
tomó candil de oro en mano
y la puerta bajó a abrir.
Al entreabrir de la puerta,
él dio un soplo en el candil.
- ¡Válgame Nuestra Señora,
válgame señor San Gil!
Quien apagó mi candela
puede apagar mi vivir.
- No te espantes, Catalina,
ni me quieras descubrir,
que a un hombre he muerto en la calle,
justicia va tras de mí.
Le ha cogido de la mano
y le ha entrado al camarín;
sentóle en silla de plata
con respaldo de marfil;
bañóle todo su cuerpo
con agua de toronjil;
hízole cama de rosa
cabecera de alhelí
. - ¿Qué tienes Bernal Francés,
que estás triste a par de mí?
¿Tienes miedo a la justicia?
No entrará aquí el alguacil.
¿Tienes miedo a mis criados?
Están al mejor dormir.
No temo yo a la justicia,
que la busco para mí,
ni menos temo criados
que duermen su buen dormir.
- ¿Qué tienes, Bernal Francés?
¡No solías ser así!
Otro amor dejaste en Francia
o te han dicho mal de mí.
- No debo amores en Francia
que otro amor nunca serví.
- Si temes a mi marido,
muy lejos está de aquí.
- Lo muy lejos se hace cerca
para quien quiere venir,
y tu marido, señora,
lo tienes a par de ti.
Por regalo de mi vuelta
te he de dar rico vestir,
vestido de fina grana
forrado de carmesí,
y gargantilla encarnada
como en damas nunca vi;
gargantilla de mi espada,
que tu cuello va a ceñir.
Nuevas irán al francés
que arrastre luto por ti.

Romance de Rosaflorida
En Castilla está un castillo, que se llama Rocafrida;
al castillo llaman Roca, y a la fonte llaman Frida.
El pie tenía de oro y almenas de plata fina;
entre almena y almena está una piedra zafira;
tanto relumbra de noche como el sol a mediodía.
Dentro estaba una doncella que llaman Rosaflorida;
siete condes la demandan, tres duques de Lombardía;
a todos les desdeñaba, tanta es su lozanía.
Enamoróse de Montesinos de oídas, que no de vista.
Una noche estando así, gritos da Rosaflorida;
oyérala un camarero, que en su cámara dormía.
—«¿Qu’es aquesto, mi señora? ¿Qu’es esto, Rosaflorida?
O tenedes mal de amores, o estáis loca sandía». —«Ni yo tengo mal de amores, ni estoy loca sandía,
mas llevásesme estas cartas a Francia la bien guarnida;
diéseslas a Montesinos, la cosa que yo más quería;
dile que me venga a ver para la Pascua Florida;
darle he siete castillos los mejores que hay en Castilla;
y si de mí más quisiere yo mucho más le daría:
darle he yo este mi cuerpo, el más lindo que hay en Castilla,
si no es el de mi hermana, que de fuego sea ardida».

Romance de Gerineldo
—Gerineldo, Gerineldo, paje del rey más querido,
quién te tuviera esta noche en mi jardín florecido.
Válgame Dios, Gerineldo, cuerpo que tienes tan lindo.
—Como soy vuestro criado, señora, burláis conmigo.
—No me burlo, Gerineldo, que de veras te lo digo.
— ¿Y cuándo, señora mía, cumpliréis lo prometido?
—Entre las doce y la una que el rey estará dormido.
Media noche ya es pasada. Gerineldo no ha venido.
«¡Oh, malhaya, Gerineldo, quien amor puso contigo!»
—Abráisme, la mi señora, abráisme, cuerpo garrido.
— ¿Quién a mi estancia se atreve, quién llama así a mi postigo?
—No os turbéis, señora mía, que soy vuestro dulce amigo
. Tomáralo por la mano y en el lecho lo ha metido;
entre juegos y deleites la noche se les ha ido,
y allá hacia el amanecer los dos se duermen vencidos.
Despertado había el rey de un sueño despavorido.
«O me roban a la infanta o traicionan el castillo.»
Aprisa llama a su paje pidiéndole los vestidos:
«¡Gerineldo, Gerineldo, el mi paje más querido!»
Tres veces le había llamado, ninguna le ha respondido.
Puso la espada en la cinta, adonde la infanta ha ido;
vio a su hija, vio a su paje como mujer y marido.
«¿Mataré yo a Gerineldo, a quien crié desde niño?
Pues si matare a la infanta, mi reino queda perdido.
Pondré mi espada por medio, que me sirva de testigo.»
Y salióse hacia el jardín sin ser de nadie sentido.
Rebullíase la infanta tres horas ya el sol salido;
con el frior de la espada la dama se ha estremecido.
—Levántate, Gerineldo, levántate, dueño mío,
la espada del rey mi padre entre los dos ha dormido.
—¿Y adónde iré, mi señora, que del rey no sea visto?
—Vete por ese jardín cogiendo rosas y lirios;
pesares que te vinieren yo los partiré contigo.
—¿Dónde vienes, Gerineldo, tan mustio y descolorido?
—Vengo del jardín, buen rey, por ver cómo ha florecido;
la fragancia de una rosa la color me ha devaído.
—De esa rosa que has cortado mi espada será testigo.
—Matadme, señor, matadme, bien lo tengo merecido.
Ellos en estas razones, la infanta a su padre vino:
—Rey y señor, no le mates, mas dámelo por marido.
O si lo quieres matar la muerte será conmigo.




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